Júcaro traicionado por el mar. Nueve instantes

Tomado de Invasor

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La suerte de Palmarito estaba echada desde que los pescadores empezaron a apisonar la orilla para hacer sus casas. Júcaro era un caserío que fue creciendo en los bordes de la “herradura” dibujada en la costa sur de Ciego de Ávila. A la izquierda Palmarito. A la derecha La Pulla. Un kilómetro al norte se acaba el pueblo.

Aunque de vez en cuando bloquearan esa idea, todos allí sabían que un día el mar vendría a recuperar lo que siempre le perteneció.

I
— ¡Pijo!, ¿este zapato es tuyo?

Hacía rato que el hombre gordo sin camisa rastrillaba el sargazo. El patio de su casa era como un chiquero de cerdos sin cerdos. De hecho, ahí nunca habían criado ninguno. Pero hedía igual o peor y el gordo, con el pantalón medio caído y descalzo, rastrillaba y rastrillaba como queriendo llevarse por delante no solo el sargazo y el fango, sino la peste.

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En una de esas veces en que el rastrillo hundió sus dientes en el lodazal sacó un zapato negro, de “vestir”, casi nuevo. Alzándolo en el aire igual que a un pargo de 10 libras el gordo voceó a Pijo y por un momento en el portal de Toño la gente se echó a reír.

— Ahora me falta el otro, a ver si completo aunque sea un par.

II

José Antonio Martínez nació el 9 de septiembre de 1947 en medio de un ciclón y debe haber sido un viento de esos arremolinados el que le borró el nombre oficial para dejarle el Toño que en Júcaro todos conocen.

Cuando llegué a su portal el viejo tenía los ojos rojos, chiquiticos y lacrimosos, y me dio pena preguntar si era conjuntivitis u otra cosa. Estaba sentado en una butaca despintada y tenía la mirada perdida. A cada rato se secaba una lágrima viscosa y el blanco pañuelo hacía que su piel curtida de pescador se viera más ocre.

— Esto es lo más grande que yo he visto en mi vida, dice. El mar nunca nos había traicionado así. Mire como quedó el garaje del bote, allá abajo deben estar las artes de pesca, y ojalá alguna herramienta. Todo lo demás se perdió.

Desde el portal uno cree que la casa de Toño aguantó incólume la masa de agua que el sábado 9 de septiembre de 2017 mordió al pueblo en la madrugada. El niño que duerme sobre un pequeño colchón en el piso de la sala es, no obstante, una mala premonición. Una muchacha se empeña en limpiar los escasos metros cuadrados donde se aprietan dos butacas, un televisor mojado, y otro colchón de canastilla. Por el fondo llega una claridad rara, como de mar abierto.

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La mitad de la casa de Toño es ahora una terraza en pilotes llena de palos ruinosos y cosas que antes estaban dentro. La balita del gas, el peluche de la niña, la cama de tubos de Pijo, el columpio, un colchón enchumbado en sal, el lavamanos del baño, la cuna del pequeñito que se despertó pidiendo almuerzo, el pomo de champú a medio usar, una chancleta sin pareja.

— Levanta esa tela de ahí, mijo, a ver qué es, le indica la esposa de Toño a Rafelito. El muchacho saca de entre el fango una camisetica amarilla con barquitos dibujados y la señora casi rompe a llorar. “Dame acá a ver si la lavo, que no hemos encontrado todavía el escaparate”.

III

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Dice Pijo que a lo mejor cuando salgan otra vez al mar encuentren cosas. Pero a esa hora de la mañana, mirando desde el fondo de la casa, solo se ven flotando unos puercos ahogados que el vaivén del agua, ahora quieta, encalló en el mangle. Más allá hay unos peces globos muertos, también a punto de reventar

—Yo he visto pasar como cuatro ya. La gente no se pudo llevar sus animales, ni los equipos. El jueves se formó el tropelaje de la evacuación y nunca pensamos que sería así. Otras veces el mar ha entrado, pero no como ahora. Esto es grimoso.

Pijo cuenta los cigarros en la cajetilla y saca uno. Lo enciende. Entra y sale y el humo pone más denso el aire. Después del ciclón hay una calma espantosa, asfixiante.

Llaman a Toño por el celular. “¡Corre que es de afuera!” El viejo cuenta el desastre y toma el teléfono como un walkie-talkie. Del lado de allá de la línea le hacen la misma pregunta una y otra vez: ¿están bien?

IV

Los vecinos de Toño están peor. Ahí sí que no quedó nada. El nieto del viejo me dice mira, ven pa´ que veas que esta tiene vista al mar, y se ríe. Para ir de una casa a la otra sin tener que bajar al fango hay que cruzar de portal a portal haciendo malabares. El muchacho me da la mano y no la suelto, ni siquiera adentro, porque las tablas del piso traquean y me da miedo.

En la casa solo hay escombros. Un televisor roto encima de una red y unos remos. ¡Al menos la red! Dos o tres cosas más y el infinito como en un gran cine. Las paredes de madera se fueron. Solo aguantó la de bloques. El piso chirrea y se hunde. De alguna manera la chalupa del muchacho que estaba guardada en el garaje de Toño fue a dar a la sala del vecino. ¡Al menos el bote!

Salgo primero y después el muchacho y entre las manos lleva una liga que alguna vez fue una sonda.

—¿Y eso?, pregunto.

— Pa´ hacerle una flecha al niño.

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V

Vicente Hernández es hermano de Pijo. Pijo se llama Francisco, pero siempre le han dicho así y hay una historia cómica que lo explica, pero que no voy a contar. Vicente sube los dos escalones hasta el portal, le da un beso a su hermano, saluda a Toño y dice: ¡Cojone Pijo, qué tristeza!

Vicente llora cuando habla o habla mientras llora, no se puede precisar. Hace años que trabaja en Azulmar, la empresa que comercializa el turismo en los cayos del sur. Los turistas van en guaguas hasta Júcaro y de ahí a Jardines de la Reina en unos barcos lindísimos que pocos jucareños han montado alguna vez. Los turistas no tienen tiempo de pasear por el pueblo y aunque lo hicieran ahí no hay nadie vendiendo baratijas que dicen Cuba. Vicente pudo construirse una casa fuerte en el centro de Júcaro, mas no olvida a los suyos que viven del lado de allá de la línea del tren.

Todavía no sabe cómo, pero quiere organizar a su núcleo del Partido y sus compañeros de trabajo para reunir donaciones, porque hay mucha gente que se quedó sin nada.

— Duele decirlo, pero se tienen que ir de Palmarito, periodista.

La Tarea Vida, el plan del Estado cubano para el enfrentamiento al cambio climático, prevé mudar las comunidades costeras a tierra firme, en el mediano plazo. En Júcaro la gente no quiere que les hablen de eso. Dice Haydée que ella no se va. Ni Toño. Ni Pijo. Ni Humberto.

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VI

Para llegar a la casa de Humberto hay que caminar toda la costa. Rafelito va conmigo, aunque hace como tres días que no duerme. Ha cogido unos repelones cuando ha podido, pero acostarse, lo que se dice acostarse a dormir, no lo ha hecho. Rafelito se quedó con Miguelón y otros hombres a cuidar el pueblo después de la evacuación y todavía no se le sale el susto del cuerpo.

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Siempre se quedan dos o tres a custodiar los barrios, porque también siempre hay dos o tres que se esconden para salir luego a robar. Esta vez fueron como 20, pero cuando el mar empezó a entrar como una bestia enfurecida a las 2:00 de la mañana todos los que estaban escondidos salieron pidiendo auxilio.

A Miguelón, que es un negro alto y fuerte, el agua le daba por el pecho, así que a Rafelito la marejada debe haberlo zarandeado más de una vez, porque es flaco y apenas tiene 21 años. En un momento tuvieron que decidir entre salvar sus vidas o salvar los refrigeradores y las lavadoras que les pasaban por el lado, arrastradas por el agua negra.

Miguelón me dijo que lo que él vivió no lo quiere repetir y que está pensando seriamente en irse.

  • Escuche el testimonio de Miguelón aquí.

Los dos son de la defensa civil en Júcaro y los dos han estado más tiempo ayudando a otros que recuperando lo suyo.

VII

jucaro traicionado 9.jpgEn Palmarito hay una casa con un altar para la Virgen de la Caridad del Cobre desde donde sale la procesión cada 8 de septiembre. Pero el viernes no salió porque la gente estaba evacuada y la dejaron allí, junto al resto de sus vidas, como un resguardo.

A la casa de la virgen el huracán le arrancó de un tajo la mitad. Cuando pasamos por allí los hombres estaban apilando las tablas y las mujeres sacando las cosas al sol. Rafelito quiere que vea el milagro.

En una esquina que el mar no tocó está la Virgen en su altar, rodeada de flores amarillas. Intacta.

VIII

Voy caminando detrás de Rafelito y en algún punto dejo de preocuparme por el fango que me embadurna los tenis. Yo no sabía que ese día iría a Júcaro y no sabía, tampoco, que el pueblo estaría así, tan mal. “Si Pijo me ve en esta pose, en puntas de pie, haciéndome la fina, me va a mirar con tirria”, me digo. Mientras más camino más me angustio. El dolor es una cosa rara, que aunque uno lo exprese pa´ fuera, es adentro donde hace estragos. Desde el lunes no logro pensar en otra cosa que no sea la casa a la que solo le quedó en pie la taza sanitaria y no se me va de la cabeza la imagen del niño desnudo que duerme en la salita humedecida de Toño.

Rafelito conoce a todos en Palmarito y va diciendo quién vive y qué perdió. A esa hora ya una brigada está recogiendo el sargazo que la gente empezó a sacar de adentro de sus viviendas. La gente la saca con palas pero la brigada tiene que usar una buldócer. El sargazo se ha convertido en una alfombra gruesa que se hunde al pisarla y salpica un agua negra pestilente. Debajo de esa alfombra están los juguetes de los niños de Palmarito. Y los zapatos. Y la alegría.

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Los chiquillos caminan por la orilla como buscando algo. En un tubo enorme de concreto que Irma movió de su lugar una niña está sentada cuidando a su hermanito. En medio del sopor se siente un olor como a talco o a perfume y la nariz me obliga a mirar dentro de las casas y siento vergüenza de fisgonear en el sufrimiento de la gente.

Pero el olor es intenso; logra vencer, por un momento, la peste del sargazo putrefacto. En un portal un muchachito exprime la colcha que le alcanza la hermana y del cubo salen burbujas de champú.

IX

La casa de Humberto era la penúltima.jucaro traicionado 17.jpg

A la izquierda hay una de la que solo queda un cartel de Se vende colgado en una mata. A la derecha la de un señor que desde que llegó se sentó de espaldas al mar a mirar el desastre y solo se le escuchó hablar cuando apareció la puerca de 300 libras que ya daba por perdida. Dice Humberto que el viejo gritaba de felicidad cuando vio al animal salir del potrero. Con el dinero que le paguen por la puerca podrá recomponer un poco su maltrecho hogar. Después, en el final, hay un cartel de Flora y Fauna y un ranchón en el piso. Ahí se acaba el barrio.

La mujer de Humberto es una mulata achinada, con el pelo negrísimo, de las que uno dice que en la juventud fue un mujerón, porque todavía a sus años y en medio del caos es bonita. Me quedo con las ganas de hacerle la foto: al teléfono le dio un ataque y se apagó. No es para menos, hay como mínimo 100 instantes de desesperanza y eso debe tener algún efecto, digo yo.

La china anda buscando una aguja para sacarse una espina del pie. ¿Dónde va a encontrar una aguja entre tanta ruina? Se acuerda entonces de su máquina de coser Unión y la trae como un trofeo.

— Humberto, hay que buscar agua dulce para enjuagar la máquina y ponerla a secar.

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A la casa le quedaron par de palos en pie, lo demás está en el piso y no precisamente en su lugar. La marea lo tiró todo contra el matorral del fondo y debe haberse llevado, luego, unas cuantas cosas que ahora no aparecen. Humberto vivía en Ciego de Ávila pero un día sintió que el mar lo llamaba y se compró una casita en la orilla. Él y uno de sus hijos están tratando de organizar el desmadre. Le sacaron la guata a los colchones para recuperar los muelles y van a intentar lavarla y ponerla al sol a ver si se puede reutilizar. Al hijo también el huracán le tumbó la casa. Esa noche todavía no sabían dónde iban a dormir.

Le digo a Humberto que es primera vez que estoy en Júcaro y que lamento mucho que sea en esas circunstancias. Entonces miro a la derecha y reconozco el cartel de Flora y Fauna de una foto que, un mes atrás, Eric había hecho de camino a Doce Leguas.

— Pero…, ahí había un muellecito.

— Sí, había.

Humberto me pone la mano en el hombro como si me conociera de toda la vida. Hay algo raro en sus ojos verdeazules, que ni la barba trasnochada ni el pulover roto debajo de la manga ni la piel sudada opacan, pero no sé exactamente qué es.

— Un día de estos venga con su esposo a buscar unos pescados. Sin pena. Aquí tiene su casa.

 

 

Publicado por

Sayli

Soy "algo" que todos los días se (re)construye. Debo tener un punto de partida, un botón de inicio quizás, pero no lo encuentro. Tampoco la última orilla ni el malecón que me contiene. Escribo porque no se me da bien la política ni el sexo por dinero, lo cual me mantiene contando centavos, pero me deja dormir en paz.

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