La maga del pan

A los 10 años descubrí que mi mamá era maga. Era 1993 y, en un abracadabra, el Período Especial (que también fue ¿mágico?) desapareció casi todo lo que me gustaba: el refresco de botellas, el pan con croqueta, la leche condensada, las señoritas que papi traía en bandejas…

Yo recuerdo algunas cosas y otras no. Recuerdo, por ejemplo, que fue un tiempo de desencuentros entre mis padres, que discutían mucho, todos los días. Estuve esperando que se divorciaran, como empezó a ser la norma entonces, pero no lo hicieron. De alguna forma se mantuvieron juntos, por nosotras, por ellos. Echaron mano de lo invisible. Y aguantaron.

Recuerdo también el primer regalo de “afuera”. Ya para entonces la tercera parte de mi familia materna había emigrado, pero todavía no estaban permitidos los viajes ni las remesas. Yo no sé cómo la tía Aurora, a quien nunca llegué a conocer en persona, se las arregló para enviarnos un paquete de zapatos. En 1993 el mejor regalo del mundo era un par de zapatos.

La tía Aurora escribía cartas largas, con una letra lindísima, y preguntaba por todos, los que había visto nacer y los que no. Mandaba fotos, unas fotos que ahora cualquiera diría que tienen un filtro vintage. Y un día, además de las cartas, llegó también una jaba enorme de nailon blanco, con zapatos.

A mí me tocaron unos tenis negros con cordones y un pequeño zipper decorativo en los costados que me duraron bastante, hasta que se rompieron, porque a los 10 años ya yo tenía la talla de pies que tengo ahora… por suerte.

Pero lo que más recuerdo es a mi mamá haciendo magia con el pan. En esa época el pan de la bodega no venía en bolitas, como ahora, sino en forma de “flauta”. Cada flauta era equivalente a la cuota de cuatro personas. En la casa éramos cuatro, mi hermanita, mis padres y yo.  Sin embargo, mi madre lograba estiraaaaaarlo y con una flauta de pan preparaba desayuno y meriendas para la escuela.

Es verdad que, a veces, como papi era amigo de los bodegueros — y siempre ha habido gente, incluso en 1993, que no necesita lo que viene por la libreta—, en lugar de un pan le vendían un pan y medio o un pan y un cuarto. A mi me encantaba llegar a la bodega y que me regalaran un pedazo de pan con azúcar. Esos días todo era más simple. El resto pura magia.

Mi mamá nunca me dijo cuántas veces se quedó sin comer pan para que sus hijas no pasaran hambre. O si fue papi el que no desayunaba con pan. Supongo que esas cosas no se preguntan y supongo, también, que a las madres y a los padres no les gusta ir por ahí sacando cuentas.

Lo sé por mí, que en estos días estoy aprendiendo a ser maga.

Publicado por

Sayli

Soy "algo" que todos los días se (re)construye. Debo tener un punto de partida, un botón de inicio quizás, pero no lo encuentro. Tampoco la última orilla ni el malecón que me contiene. Escribo porque no se me da bien la política ni el sexo por dinero, lo cual me mantiene contando centavos, pero me deja dormir en paz.

Un comentario en «La maga del pan»

Deja un comentario